Japón, el país cuyo nombre significa “El origen del sol” es un lugar conformado por pequeñas islas que integran un gran archipiélago y cuya capital, Tokio, es no sólo una de las más pobladas sino también de las más modernas, reconocida económicamente como la tercera potencia mundial de acuerdo a su producto interno bruto.
Japón es el gran ejemplo de lo que una nación puede hacer para resurgir de sus cenizas, aquellas en las que se convirtieron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945 donde fueron detonadas las bombas atómicas con las cuales se dió fin, desde el punto de vista occidental, a la Segunda Guerra Mundial.
En Japón gobierna una monarquía constitucional, en la persona del Emperador Akihito, desde el año de 1989. Su majestad imperial, con un órgano de gobierno democrático han llevado al país a ser el segundo con la menor tasa de homicidios, tercero en menor mortalidad infantil y, para las mujeres japonesas, la segunda mayor esperanza de vida.
Lo anterior sirva para contextualizar al Japón poderoso y actual, sin embargo, no es este el lugar al que deseo hacer referencia en este texto, sino al milenario, al ancestral, al tradicional Japón que es el lugar donde se ubica la historia de Hachiko; el perro fiel.
La historia de amor que se desarrolla entre un catedrático universitario de nivel socioeconómico medio y un cachorro de la raza Akita, que le es entregado para ser un regalo para su única hija Chizuko, quien al contraer matrimonio por encontrarse en estado de gravidez prematrimonial, debe cambiar su residencia y, ante ello, dejar a Hachiko (el perro fiel) a cargo de su familia.
Hachiko llega en 1923 a la vida de Eisaburo Ueno, a los dos meses de edad, pero en cuanto le es posible empieza a acompañar al profesor hasta la estación ferroviaria, en donde, día con día el profesor debe abordar el tren para trasladarse a la Ciudad de Tokio, donde dicta cátedra en el área de Agronomía.
En esta tarea de acompañamiento entre hombre y perro, los días se convierten en meses y en años, hasta que un día la muerte sorprende a Eisaburo Ueno mientras cumplía con su misión educadora, el fatal día en que ya no pudo acudir a su cita con Hachiko.
La tristeza, el duelo y las nuevas circunstancias familiares llevan a Hachiko a situación de calle y con ello a la vulnerabilidad y al desamparo. Las primaveras, los veranos, los otoños y los inviernos desfilaron durante nueve largos años, mismos en los que Hachiko acude cada mañana y cada tarde para esperar a su amo Eisaburo. Años durante los cuales fue víctima de gritos, golpes, hambre y enfermedades, que finalmente se convirtieron en Filarosis, esa no tan ajena enfermedad parasitaria, cuyo gusano se aloja en los pulmones y en el corazón de los canes, y, que de ser atendida a tiempo, puede salvar de la muerte a las mascotas que la padecen.
Una tarde lluviosa, Hachiko partió al encuentro de su querido amo y compañero Eisaburo Ueno, no sabemos si el profesor fue al cielo de los perros o el perro fue al cielo de los hombres, sólo sabemos que el ejemplo de amor y lealtad son inseparables y en algún lugar están juntos para siempre.
Esta cinta da inicio hablando del amor, de ese tipo de amor que, en cualquiera de sus manifestaciones lleva a los seres humanos a vivir de una manera armónica con sus semejantes, incluyendo a todos los seres vivos y las cosas que le rodean, es entonces cuando la gratitud, el respeto, la perseverancia y la solidaridad se manifiestan en su más pura expresión como características de los personajes.
En cada escena donde se presenta el hombre y el perro se evidencia un absoluto gesto de plenitud. Aun y cuando el trabajo del actor japonés, por su propia naturaleza, es poco expresivo desde el punto de vista occidental, nos maravilla, que con sólo dos expresiones faciales y una mirada se puedan generar y compartir tantas emociones.
La película tiene una duración de 107 emocionantes minutos. Es necesario reflexionar un poco y comentar que a través del film es posible observar la manifestación de los más nobles valores universales, además de la lealtad, que salta a la vista desde el título mismo y se desplaza magistralmente en el argumento, la fotografía, la música y desde luego la dirección de Seijiro Koyama.
La película, que sale a la luz en el año de 1987, fue la más conocida y taquillera en ese año ha sido traducida y producida en varios países, con ligeras modificaciones contextuales; un ejemplo muy próximo, para los occidentales es aquella protagonizada por el incomparable Richard Gere, quién con su magistral actuación en “Siempre a tu lado” arrancó más de una lágrima en quienes pudimos disfrutarla.
Los temas que vienen a nuestra memoria al conocer esta historia, son sin duda la responsabilidad que implica tener animales de compañía, la compra o adopción de mascotas, la escasa cultura en relación con los animales que viven en situación de calle y desde luego, un tema que anda en lo profundo de la conciencia: la posesión de una mascota se ha convertido en un símbolo de status, una moda que poco tiene que ver con los más puros sentimientos humanos. Bueno… sólo me lo pregunto.
La oportunidad de asistir al club de Cine en el Campus Chihuahua de UPNECH brinda al estudiante de los diversos programas un espacio recreativo con una serie de oportunidades, todas ellas de crecimiento personal y profesional, tales como la posibilidad de acercarse a otras formas de aprendizaje, de incrementar su cultura general, favorecer el uso del lenguaje y por supuesto visibiliza una serie de temas que pueden ser motivo de intervención educativa para los profesionales de la educación quienes aprovechamos todos los espacios posibles como recurso didáctico.
Gracias por su atención y vea la película.
Alma Adela Soria Durán
Académica de UPNECH, campus Chihuahua